Cristina, Milei y el eterno balotaje
El principio de revelación se cristalizó esta semana con la vieja política siempre presente entre las sombras.
Créame cuando le digo, amigo lector, que solamente podemos entender lo que sucedió esta semana si utilizamos, como eje central de nuestro análisis, uno de los principios libertarios de la primera hora, el "principio de revelación".
Recuerde, este principio, sostiene que ante un hecho determinado (cualquiera sea) se cumple en la medida que permite "revelar" las verdaderas intenciones, los reales intereses u oscuros motivos que guían el accionar de los actores involucrados en el acontecimiento.
Consecuentemente, le pido que piense en la cantidad de explicaciones, justificaciones y motivos que nos contaron esta semana: el PRO y su apoyo al veto. Cristina y su candidatura a la presidencia del PJ. Los diputados, sobre las alianzas, los faltazos o las volteretas en el aire a la hora de votar. Finalmente, los estudiantes y docentes universitarios respecto de la toma de facultades y las movilizaciones en las calles
¿Ahora la ve, amigo lector? Ante tantas explicaciones, solo hay un hilo conductor posible. Acompáñeme, entonces, a ver cómo funcionó el principio de revelación en cada uno de estos hechos en esta semana que pasó.
Como sucedió primero, arranquemos con la justificación del PRO.
Desde el veto a la ley de movilidad jubilatoria, hecho coronado por el asado para los 87 héroes, en el gobierno se sucedieron dos situaciones que, aunque simultáneas, pueden ser tomadas como causa y consecuencia.
En primer lugar, un lento desgaste en la opinión pública que, en octubre, terminó por decantar en un resultado negativo de la imagen presidencial. En segundo término, hemos asistido a un paulatino y sostenido proceso de radicalización de las posiciones y del discurso oficial, conjugado con una búsqueda, constante y recurrente, por volver a la esencia del outsider, de la antipolítica, que catapultó al entonces candidato hacia la presidencia de la nación.
Ambos elementos fueron determinantes en el comportamiento del PRO. El primero, porque agravó la situación de debilidad institucional del gobierno al condicionar la única herramienta con la que, desde el ejecutivo, se gestionan los conflictos. El segundo, porque puso en tensión la vocación por construir mayorías del partido amarillo y de sus socios dialoguistas en relación a la búsqueda oficialista por transformarse en primera minoría que, en principio, el proceso de radicalización oficial busca. Créame cuando le digo que, desde el punto de vista de la estrategia político-electoral, esto tiene todo el sentido del mundo.
Póngase en los pies del Gobierno, y mire hacia el año que viene, de cara a las elecciones legislativas. No hay una coalición opositora que enfrente al oficialismo, de allí que UCR, PRO y PJ, además de algunos partidos provinciales, se presenten todos divididos. En ese escenario, el Gobierno no necesita construir una mayoría, solo requiere alcanzar un piso del 35% de los votos para ganar en todos los distritos. En otras palabras, la mejor estrategia es constituirse en la primera minoría. Y para eso, en términos electorales, no necesita de aliados.
Respecto de la debilidad institucional, le dejo un pedacito del discurso que Finnochiaro (PRO) dio este miércoles: piensen en "el mensaje que este recinto va a mandar a los mercados, a los inversores internacionales y las consultoras de riesgo". El partido amarillo sabe que su núcleo de votantes prefiere, siguiendo la línea Finnochiaro, cortarse una mano antes que votar con el kirchnerismo. Aunque eso implique ir en contra de identidad del propio partido. Y, como en el PRO, en el gobierno también lo saben. Y se aprovechan de ello. De allí que no sorprenda la constante búsqueda para forzar posiciones "por sí o por no" en cada uno de los temas candentes.
En síntesis, amigo lector, el Gobierno fuerza situaciones de un permanente balotaje, no solamente para reafirmar su propia identidad, sino también para limitar la capacidad de acción de espacios dialoguistas y afines. Todo ganancia.
El segundo hecho relevante lo protagonizó Cristina. La expresidente y ex vice, este lunes, "acudió al llamado del operativo clamor" y decidió competir por un cargo que, desde siempre, rechazó.
Hoy el PJ se encuentra fragmentado, carente de liderazgo y supeditado a la suerte de cada líder provincial. Salvo la propia Cristina, los dirigentes de mayor peso en el partido son, en el mejor de los casos, gobernadores o senadores con fuerte proyección local y poco arraigo nacional. Difícilmente alguno de ellos sea capaz de lograr la "unidad" que reclaman quienes compiten por la presidencia del justicialismo. Más aún, difícilmente sean capaces de reordenar y verticalizar al partido de cara a un complejo escenario político-electoral. Un escenario que debe cruzar el torrentoso río del legislativo 2025 para llegar (¿en condiciones, quizá?) al presidencial 2027.
Sin embargo, amigo lector, la aceptación de CFK en este "momento histórico" es, quizá, una muestra de debilidad antes que de fortaleza. Es un indicio de que el poder del "dedo" ya no es tal, de que la "jefa" debe entrar al barro para poder conducir, que ya no basta con intérpretes y exégetas para condicionar al justicialismo. Añada a esto el hecho de que, Quintela (gobernador riojano), aún no ha renunciado a su candidatura a presidir el PJ, que Kicillof no se ha expresado en apoyo de Cristina y que en las provincias mediterráneas resuenan, con cada vez menos temor, voces de disconformidad e, incluso, de abierto desafío a la conducción kirchnerista.
Finalmente (y por si fuera poco) la amenaza de provincializar los comicios del próximo año, junto al "pragmatismo institucionalista" de algunos gobernadores, pone en riesgo la continuidad del bloque de 99 diputados justicialistas que, hasta hoy, se mantiene como primera minoría en la cámara baja. Un número que, en el peor de los casos, puede caer hasta las 70 voluntades en diciembre próximo, abriendo un escenario de "quintos" en el que se sumaría al PJ, la UCR-PRO, Hacemos Coalición Federal y a los Libertarios un nuevo actor: el bloque de legisladores provinciales.
El último tema, amigo lector, está relacionado con el rol que juegan estudiantes y docentes universitarios en el último conflicto que, a raíz de la ratificación del veto presidencial, aún hoy está vigente a lo largo y ancho del país.
Es que el veto a la recomposición del presupuesto de las universidades públicas se suma al de la movilidad jubilatoria y se transforman en dos acciones concretas y consecutivas que el gobierno lleva adelante poniendo en tensión a los segmentos que más intensamente lo apoyan: menores de 35 años y mayores de 65. O en otras palabras, a los que tienen todo por ganar y nada que perder.
La situación todavía es compleja y está en desarrollo. Hay quienes auguran desenlaces al estilo chileno, asemejando las tomas de facultades al estallido de violencia en el área metropolitana de Santiago de Chile a raíz del aumento del costo del transporte público. Hay otros, por el contrario, que estiman una paulatina reducción de la conflictividad en los claustros bajo la hipótesis de una creciente apatía social.
En todo caso, amigo lector, lo que ambas posiciones reconocen, gobierno incluido, es que la chispa existe. Una chispa a la que, la casta mira con atención. Una chispa que volará por sobre el presupuesto 2025, una ley con contenido altamente inflamable.
Una chispa que augura un escenario aún más complejo para los meses que vendrán.
¿Fin?