El gran amor del papa Francisco: quién fue Amalia Damonte, su vecina de la infancia en Flores

Antes de entregarse a Dios, Jorge Bergoglio le confesó su amor a una niña de su barrio. La historia de Amalia Damonte, la única que pudo haber cambiado el destino del papa Francisco.

Mucho antes de convertirse en el papa Francisco, Jorge Bergoglio fue un niño del barrio porteño de Flores, donde compartía juegos y tardes con su vecina Amalia Damonte. Ambos crecieron en casas cercanas y formaron un vínculo que marcaría la vida del futuro pontífice.

Amalia, en una entrevista de 2013, recordó con ternura: "Jugábamos con los hermanos, era una maravilla, un chico correcto, buen amigo". La historia tomó un giro romántico cuando, según ella, Jorge le envió una carta prometiéndole que construiría una casa para ambos si se casaban. Tenían apenas 12 años.

Pero el sueño infantil no prosperó. Su madre encontró la carta, y la reprimenda paterna fue tan dura que el amor se truncó de inmediato. En palabras de Amalia: "Si no me caso con vos, me hago cura", le dijo él. Y cumplió: fue ordenado sacerdote en 1969, comenzando el camino que lo llevaría a liderar la Iglesia católica.

Una conexión que perduró hasta la muerte

Aunque sus vidas tomaron rumbos diferentes, Amalia y Jorge mantuvieron contacto durante años mediante cartas. Ella lo describía como "muy sensato, humilde y de gran corazón", y aseguraba que, en otra vida, podrían haber sido "almas gemelas".

Amalia Damonte falleció el 24 de enero de 2015, pero su historia quedó grabada como uno de los pocos relatos personales del papa Francisco que trascienden lo institucional y se asoman a su humanidad.

Carmela, la mujer de las flores amarillas

Otra figura cercana al papa fue Carmela Mancuso, una argentina de 79 años que, durante seis años, asistió a cada audiencia con un ramo de flores amarillas. Fue tal su constancia y ternura que el propio Francisco la reconoció desde la ventana del hospital Gemelli en marzo de 2025, diciendo: "Veo a una señora con las flores amarillas, qué bien".

Cuando el papa falleció, Carmela fue la única laica autorizada a despedirlo en la capilla privada, llevando su ramo habitual a la Basílica de Santa María la Mayor, donde el pontífice pidió que se depositaran las flores a los pies de la imagen de la Salus Populi Romani.

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