Libres, ¿Lo demás? ¡No importa nada!

¿Qué estarían dispuestos a resignar los argentinos por tener estabilidad? ¿Cómo fue el primer año de gobierno de Javier Milei?

¿Qué estaría dispuesto a resignar, amigo lector, con tal de conseguir algo de estabilidad en su vida? ¿Cuánto estaría dispuesto a perder para que, por ejemplo, la próxima semana los precios sean apenas diferentes a los de hoy? ¿Hasta dónde, usted, estaría dispuesto a llegar con tal de conseguir, al menos, un atisbo de esperanza de un futuro mejor para sus hijos? ¿Cuánto estaría dispuesto a sacrificar en pos de la libertad?

Me arriesgaría a decir que, esta, no es la primera vez que usted tiene frente a sí preguntas como las anteriores. Es más, estoy seguro de que, hace poquito más de un año, esos interrogantes o algunos muy parecidos, estuvieron dando vueltas en su cabeza cuando, en la soledad del cuarto oscuro, elegía entre una de las dos boletas que estaban sobre la mesa. Elegía entre azules o morados. Elegía entre Massa o Milei.

En aquel momento, cuando cerraba el sobre para luego salir del aula y depositarlo en la urna, cuando caminaba hacia la puerta de la escuela y empezaba la espera por saber cuál de las opciones había triunfado, las respuestas a estas preguntas eran solamente hipotéticas, abstractas, presentes únicamente en un futuro nebuloso y distante para el que todavía faltaba un largo camino por recorrer.

Hoy, transcurrido casi un año de gobierno, vale la pena volver sobre aquellos interrogantes. Es que, habiendo pasado un tiempo desde aquel íntimo momento de libertad, las respuestas se han vuelto concretas y reales. Por eso, amigo lector, merece el esfuerzo poner aquellas preguntas en el pasado, y respondernos con el presente.

¿Qué resignó con tal de conseguir algo de estabilidad en su vida? ¿Cuánto perdió para que, por ejemplo, la próxima semana los precios sean apenas diferentes a los de hoy? ¿Hasta dónde llegó con tal de conseguir, al menos, un atisbo de esperanza de un futuro mejor para sus hijos? ¿Cuánto sacrificó por la libertad?

Hoy, cuando está por cumplirse un año del primer gobierno liberal libertario de la historia de la humanidad, cuando está por concretarse el primer aniversario de gestión de Javier Gerardo Milei, es innegable que existe una sensación generalizada de estabilidad, existe una clara y consistente baja de la inflación, que se ha empezado a proyectar el futuro pensando más allá de la próxima semana y, por sobre todas las cosas, como gusta recordar en cada ocasión al gobierno, que los argentinos somos libres. Aunque, lo demás, no importe nada.

Porque, amigo lector, deberá concederme que, si hubo un Gobierno en los últimos cuarenta años que fue claramente subestimado, no hay dudas que es el presente.

La extrema debilidad política e institucional con la que inició su mandato el Javo, la gravedad y precariedad de las condiciones sociales y económicas al momento de asumir, así como la sorpresa que significó el triunfo electoral para casi toda la política tradicional, contribuyó a un cuadro de situación en el que, ni aliados, ni dialoguistas ni opositores, buscaron escalar los conflictos con el objetivo de llevar hasta el límite al nuevo gobierno.

Por supuesto, uno puede tentarse con la idea que, el "changüí" que le dieron, fue gracias a la "reserva democrática" de la clase dirigente de nuestro país. O, preferir el cinismo propio del cálculo político con el que especularon todos aquellos que preferían dejarlo "al loco" hacerse cargo del despelote para que fuera él, y no ellos, quien en el mejor de los casos, corriera con los costos de aquello que era necesario hacer, mientras que, en el peor de los escenarios, fuera el segundo De La Rúa del siglo.

Pero la política no fue la única que decidió tolerar. También lo hizo la sociedad. Un pueblo que se mantuvo estoico frente al "ajuste más grande de la historia mundial", como lo presenta el propio Gobierno. Una sociedad que soportó una profunda recesión que recién ahora empieza a recuperar, que ajustó el cinturón frente a un pronunciado incremento de la pobreza y la indigencia, que empezó a asumir el desempleo como un costo tolerable de la tan anhelada estabilidad.

Una sociedad que eligió mirar para otro lado cuando la casta a la que se buscaba combatir se integró al gobierno. Un pueblo que, aún hoy, prefiere tolerar la violencia con la que, desde la presidencia y sus intérpretes, se agrede cotidianamente a todo aquel que exprese un pensamiento diferente al oficial, ya sea este un ciudadano de a pie, un artista, un periodista, un político, un funcionario o presidente.

Una ciudadanía que elige consentir la excepcionalidad y la discrecionalidad, bajo el argumento de que "todos los que estuvieron antes también lo hicieron". Una sociedad que prefiere tolerar a un ejecutivo que llama a sesiones extraordinarias al Congreso únicamente con fines electoralistas, sin siquiera buscar disimular la búsqueda por modificar las reglas electorales para negociar desde una posición de fuerza con sus aliados e inclinar la cancha a su favor en las elecciones legislativas del próximo año.

Eso sí, amigo lector, hay que reconocerle al Javo que, en sus propios términos, él "la vió". Porque el presidente no dudó y aprovechó cada pequeño margen de maniobra que la política y la sociedad le permitieron durante este año. Porque logró capitalizar cada uno de los costos, los sacrificios o las resignaciones que la sociedad puso a disposición en función de la esperanza de libertad que, un año atrás, los argentinos depositaron en aquellas urnas.

Porque al Javo no le tembló el pulso para usar al PRO, a los radicales y a los federales, tampoco para presionar, seducir y confrontar a los gobernadores y, mucho menos, para negociar y pactar con aquellos a los que, desde el propio gobierno, califican como "zurdos empobrecedores", si ello implica lograr los objetivos propuestos.

Porque, en el fondo amigo lector, el Javo nos ha mostrado en este año que es un pragmático, como pareciera que somos los argentinos. Porque todo indica que, como sociedad, elegimos la opción que mejor resuelva el problema al que nos enfrentamos, aunque para hacerlo debamos perder, retroceder, pagar costos o aumentar los sacrificios. Porque, en definitiva, el pragmatismo es parte de la libertad. Libertad a la que nos aferramos. Libertad con la que elegimos.

Eso sí, a un año de ser libres, la pregunta obligada por cierto es ¿lo demás no importa nada?

¿Fin?

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