La tragedia de Hernán Villarroel: el hincha por el cual el fútbol cordobés lloró
Teresa Zárate recuerda a su hijo, fallecido a los 17 años en un viaje a Tucumán en 1993
El 18 de abril de 1993, Córdoba y Talleres se tiñeron de luto. Hernán Roque Villarroel, un pibe de 17 años, perdió la vida en Tucumán mientras seguía a su equipo del alma en un partido contra San Martín.
"Ese día, cuando iba llegando a la casa de mi cuñada vi mucha gente y sentí en mi corazón, y en mi alma, que algo le había pasado a Hernancito", cuenta Teresa Zárate, su mamá, con la voz cargada de memoria y dolor. Hoy, desde Comodoro Rivadavia, donde busca un respiro junto a su hermana, comparte su historia con un mensaje de paz que trasciende la tristeza.
Hernán, el compañero inseparable de Teresa
Para Teresa, Hernán era mucho más que un hijo: era su sombra, su apoyo. "Después de lo sucedido, el periodismo comenzó a publicar su segundo nombre, pero nosotros toda la vida lo llamamos Hernán. Es más, a él no le gustaba que lo llamaran Roque", aclara. A los 17, recién había dejado el colegio y cortaba el pasto en un parque para ganar sus primeros pesos. "Con esa plata se compraba su ropa y me ayudaba a mí. Él era un chico tranquilo, casero y muy ‘mamero'. Me basta con decirle que era la primera vez que lo dejábamos salir", recuerda.
En Córdoba había ido muy poco, quizá una o dos veces. Cuando jugaba Talleres se encerraba en su pieza, no había que molestarlo para nada y si perdía, se acostaba a dormir
El fútbol lo apasionaba, pero no tanto jugarlo: "Algunas veces se juntaba los viernes con amigos del Pío Décimo, pero venía temprano a casa. Enfrente había una canchita, y él se sentaba a mirar". Ese viaje a Tucumán fue una excepción que terminó en tragedia. "Se largó a llorar porque quería ir de visitante por primera vez", dice Teresa, y su marido, convencido por ese pedido, lo dejó ir con su tío y su primo.
El día que cambió todo y el dolor que perdura
Aquel domingo, mientras Teresa visitaba a su madre en barrio Las Violetas, una sensación la atravesó. "Al parecer el partido ya había empezado cuando llegué y mis familiares apagaron la radio. No sé, sentí que algo le había pasado a Hernancito", relata.
Encendió la radio y el mundo se le vino abajo. Hernán había sido baleado cerca de la cancha, al salir de un kiosco donde compró una Coca para acompañar los panchos que llevaba. "Fue una emboscada. Cuando bajaron del colectivo los agresores ya los estaban esperando", sostiene. Un disparo en el pecho, a quemarropa, le quitó la vida frente a sus amigos, que no podían creer lo que veían.
El juicio en Tucumán trajo algo de justicia: Humberto Cabrera, el asesino, fue condenado a 15 años. Frente a él, Teresa no se guardó nada: "¿Qué sentís? ¿Sabes lo que hiciste? Me destruiste mi vida. Ahora yo no tengo nada". A la madre del agresor le dejó un mensaje de fe: "Yo lo perdono, pero que lo perdone Dios, porque él es quien tiene la justicia". El dolor también apuntó al tío que lo acompañó: "Era una persona adulta en la cual yo confiaba pero me quitó algo muy grande y eso no lo olvidaré en mi vida".
Hernán dejó un vacío inmenso en su familia de cuatro hijos. "Sin el Hernán no había Navidades, fiestas... Mis hijos más grandes se acostaban temprano llorando y Pedro, que tenía 10 añitos, ignoraba lo que pasaba", cuenta. Pero su recuerdo sigue vivo: "Me decía: ‘mamá, te hice puchero' o ‘te puse el lavarropas'. No tengo palabras para calificar a mi hijo". Teresa sueña con que el fútbol lo recuerde como "un hincha más, una persona buena, respetuosa", y pide que su historia inspire paz: "Quiero que la violencia se acabe y todos puedan ir a una cancha tranquilos".
FUENTE: DIARIO PERFIL