La "desagenda" como agenda

El año 2024 ha sido testigo de un fenómeno nacional y global en crecimiento: el cuestionamiento de la Agenda 2030 de Naciones Unidas y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Básicamente, este plan de acción internacional, cuya aplicación es voluntaria, se ha convertido en un campo de batalla ideológico. Diseñado en 2015 para abordar problemas mundiales como la crisis climática, la desigualdad y la pobreza, enfrenta un rechazo creciente, tanto desde liderazgos políticos como desde sectores de la sociedad civil. El fenómeno, al que bien podríamos llamar "desagenda", refleja tensiones profundas sobre el papel de la cooperación global y una creciente polarización.

En Argentina, el Gobierno de Javier Milei ha hecho del rechazo a los ODS uno de los ejes de su política exterior e interna. En enero de 2024, durante el Foro Económico Mundial en Davos, el presidente calificó la Agenda 2030 como un programa "socialista que traerá miseria al mundo". Ya en octubre de 2023, durante el debate presidencial, Milei la había calificado como "marxismo cultural".

A lo largo de 2024, el discurso de "desagenda" de Milei se tradujo en decisiones concretas. Argentina se "disoció" del Pacto del Futuro de la ONU en septiembre, argumentando que representa una intromisión en la soberanía nacional y promueven políticas contrarias a los valores de vida, libertad y propiedad. Además, el presidente instruyó al cuerpo diplomático argentino a no acompañar proyectos o declaraciones que respalden estas "agendas enemigas", advirtiendo que quienes no se alineen con la directriz deberán renunciar. Así, en una decisión inédita para la política exterior reciente, Argentina retiró su delegación de la COP 29 sobre cambio climático en Bakú (Azerbaiyán), afectando la oportunidad para acceder a financiamiento climático y generando dudas sobre su permanencia en el Acuerdo de París.

Este fenómeno no es exclusivo de Argentina. De hecho, en países europeos, el rechazo a la Agenda 2030 ha causado manifestaciones en reiteradas oportunidades. En España, el partido Vox -aliado a Milei- ha liderado el movimiento, definiendo los ODS como una imposición globalista "de adoctrinamiento" que atenta contra la soberanía nacional y las tradiciones culturales. Por caso, las trágicas inundaciones que azotaron Valencia en octubre de 2024 se han convertido en un caso emblemático de las tensiones entre la acción climática y tales cuestionamientos.

En Estados Unidos, la victoria de Donald Trump en 2024 ha revitalizado las críticas hacia las políticas "globalistas", con declaraciones que niegan la existencia de la crisis climática y promueven una agenda nacionalista. El líder republicano reiteró que los compromisos climáticos internacionales "perjudican" a los trabajadores estadounidenses y prometió revertir varias acciones ambientales el curso. En este contexto, la influencia de figuras como Elon Musk ha sido significativa: reconocido por sus opiniones disruptivas, ha amplificado este tipo de narrativas en redes sociales (especialmente X, antes Twitter, que es de su propiedad).

El Informe sobre Riesgos Globales 2024 del Foro Económico Mundial, publicado en enero, identifica la desinformación, los fenómenos meteorológicos extremos, la polarización, la ciberseguridad y los conflictos armados como los principales riesgos para los próximos años. La creciente oposición a la Agenda 2030 puede interpretarse como una manifestación de tal polarización social y política, donde las contra-narrativas en torno al desarrollo sostenible se convierten en campos de batalla ideológicos.

Es importante analizar las razones detrás de este rechazo. Algunos líderes argumentan que la Agenda 2030 impone políticas que no consideran las realidades y prioridades nacionales, mientras que otros la ven como una amenaza a la soberanía y una promoción de valores contrarios a las tradiciones locales. Además, la desinformación y las teorías conspirativas han alimentado percepciones negativas sobre los ODS, presentándolos como herramientas de control global.

La creciente oposición también puede entenderse como una reacción frente a lo que algunos perciben como una imposición cultural. En sociedades más conservadoras o con problemas económicos urgentes, los conceptos de género, sustentabilidad o justicia climática tal vez se interpretan como ajenos a sus realidades cotidianas, más cercanos a una élite mundial que a sus propias necesidades.

Aunque la Agenda 2030 claramente tiene puntos oscuros y fallas prácticas, no hay evidencia de que sea la conspiración global que algunos sectores denuncian. Sin embargo, la narrativa conspirativa resulta eficaz porque conecta con miedos legítimos: pérdida de soberanía, falta de transparencia en las instituciones globales y frustración ante políticas públicas locales que no logran resolver asuntos inmediatos.

El panorama es más bien pesimista para quienes buscan defender los ODS. La combinación de liderazgos políticos que abrazan su rechazo y la proliferación de noticias falsas dificulta cualquier intento de rescatar el espíritu original de la Agenda 2030. En el caso de España, por ejemplo, aunque el Gobierno busca promover sus beneficios y contrarrestar los datos no veraces que la rodean, es poco probable que revierta las percepciones negativas extendidas entre amplios sectores sociales. Se trata de un escenario que se repite en cada vez más países.

Lo que está en juego no es solo el cumplimiento de los ODS, sino la capacidad de construir consensos globales en torno a problemas que trascienden fronteras. Tal como subraya un artículo de Planeta Futuro, la Agenda 2030 es imperfecta, pero plantea una pregunta crucial: ¿existe una alternativa mejor?

En estas circunstancias, el fenómeno de la "desagenda" se convierte en una agenda propia: cuestionar los principios de cooperación internacional y reivindicar las soluciones nacionales como las únicas válidas.

El rechazo a la Agenda 2030 nos obliga a reflexionar sobre las limitaciones del multilateralismo y los desafíos de comunicar políticas globales en un mundo crecientemente polarizado. Quizás la solución no pase por defender la Agenda como un modelo perfecto (esta columna lejos está de pretender hacerlo), sino por reconocer sus limitaciones, abrir espacios para adaptarla a contextos locales y, sobre todo, combatir la desinformación con datos claros y accesibles.

En última instancia, la pregunta no es si debemos abandonar o no los ODS o el nuevo Pacto del Futuro, sino cómo podemos reconstruir la confianza en una hoja de ruta que, aunque imperfecta, intenta responder a los problemas compartidos de nuestra época.

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