Los peligros de gobernar con el sentido común

El Jaldo primerizo y el actual. Las formas y el fondo. Sobran políticos, falta ideología.

Era septiembre de 2021. Un llamado inesperado luego de una crisis política había tirado al aire el tablero político de Tucumán: Osvaldo Jaldo había quedado a cargo del Ejecutivo provincial luego de la asunción de Juan Manzur como jefe de Gabinete de Ministros en el último tramo de la presidencia de Alberto Fernández. Solo tres años separan al Jaldo "primerizo" del actual. También, tres fotos: Jaldo y Fernández; Jaldo y Massa; Jaldo y Milei.

La gestión del actual gobernador parece ser todo formas y nada de contenido: lo que siempre se destaca es que se levanta temprano, que tiene un ritmo más o menos acelerado y severo con sus funcionarios y que prefiere resolver un problema rápido antes de que escale a dimensiones imprevistas. El contenido, mientras tanto, parece estar dominado por el pulso de la calle, por las directrices del conocido sentido común.

Uno de los ejemplos más evidentes de este derroche de formas y escasez de contenido es la fallida promesa de una reforma constitucional. En julio de este año, el gobernador alzaba con toda estridencia la necesidad de una reforma constitucional "profunda", aun si esa decisión le costaba la posibilidad de ser reelecto en un futuro. Bastaron solo un par de meses para un cambio de opinión igual de profundo que la pretendida reforma.

"Yo siempre he dicho que es una posibilidad", se escudó Jaldo ante una pregunta de La Gaceta hace unas semanas, enumerando una serie de iniciativas legislativas por fuera de la propuesta inicial.

Lo que le pasó al fallido intento de la reforma constitucional es lo mismo que le pasó al Jaldo primerizo, al viraje sin escalas en el apoyo a los presidentes y a los aspirantes a serlo, y a la mayoría de las cosas que suceden en Tucumán desde hace algunos años: no hay ideología ni convicción, hay un cúmulo de declaraciones y decisiones, aparentemente guiadas por lo que se interpreta en el momento como "sentido común", unidas bajo la excusa de moda (en este momento, el "bienestar" de los tucumanos). Nobleza obliga, lo que le pasa a Jaldo lo excede. Desde hace un tiempo que en la política tucumana sobran los políticos y escasean las ideologías. Casi no hay peronistas, ni radicales, ni libertarios. Sí, por supuesto, hay muchos funcionarios y aspirantes a serlo.

Se lo ve, por ejemplo, en un radicalismo fragmentado, donde las pocas bancas conseguidas en la Legislatura no son suficientes para que se aglutinen en un único bloque. Tampoco es suficiente la doctrina partidaria y sus postulados básicos para decidir la postura a adoptar frente a la gestión de Javier Milei, con un Mariano Campero adoptando un rumbo propio.

Se lo ve también en quienes se deslumbran con la nueva camiseta violeta. Deslumbramiento del que fue víctima, por ejemplo, José Macome, quien pasó de ser un legislador del PRO electo con la boleta de Juntos por el Cambio a constituir la Libertad Avanza en Tucumán. Desde Bussi hasta Campero, pasando por una cantidad de nombres nuevos y viejos, ahora sobran los políticos locales que "siempre" pensaron como hoy piensa Javier Milei. Algo improbable considerando que hace tan solo unos años eran muy pocos los que expulsaban ideas tan liberales-libertarias como las que se expulsan hoy, cuando la ideología dominante era otra y cuando el sentido común "reclamaba" otro tipo de declaraciones.

A pesar de llamarse a sí mismos radicales, peronistas, macristas y otras tantas cosas, adherir a un partido político o reivindicar cierta postura ideológica parece ser una etiqueta vacía. En 1997, el expresidente Raúl Alfonsín ilustraba a la perfección lo que significa la ideología dentro del juego de la política. "Si la sociedad se hubiera derechizado, lo que tiene que hacer la UCR en todo caso es prepararse para perder elecciones, pero nunca para hacerse conservadora", contestaba el radical, haciendo posible extender la frase a la totalidad de los partidos políticos.

Más de 15 años después, ni la UCR ni el PJ ni ninguno de los partidos que danzan en las elecciones tucumanas parecen estar preparados para perder las elecciones. Mucho menos para sostener una ideología a largo plazo. Al contrario, hay un único pegamento que une este amplio pero homogéneo comportamiento político: el del sentido común, el de dar lo que en el momento se cree que se pide, aún si es distinto a lo que se creía que se pedía y a lo que se reivindicaba hace tan solo unos meses, y a despecho de lo que siempre han repetido las abuelas, que el sentido común a veces es el menos común de los sentidos.

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