Pragmatismo. FIN.
Mentir y manipular. Traicionar por conveniencia. Especular, negociar y, por supuesto, pactar. Aliarse con enemigos para enemistarse con aliados. Simular distanciamientos y provocar conflictos. Premiar para, luego, castigar.
Hay quienes dicen que, a partir de este decálogo de acciones, es posible identificar con total seguridad a cualquier miembro de la casta. Otros, por el contrario, ven en este listado condiciones operativas del poder, de las efectividades conducentes que concretan aquello inicialmente percibido como improbable. Finalmente, un tercer grupo, quizá bastante menos politizado, reconocería aquí el decálogo del liso y llano pragmatismo.
En todo caso, amigo lector, casta, poder y pragmatismo suelen ir de la mano. Una mano invisible que comúnmente se ha asociado a la política pero que, en el último tiempo, ha ampliado sus alcances hasta comprender a periodistas ensobrados, empresarios prebendarios y, cómo no, políticos ladrones.
Salvo que, por supuesto, esos mismos periodistas, empresarios o políticos abracen las ideas de la libertad. Un abrazo que promete lavar culpas y limpiarlos de pecados, que asegura dejar el pasado atrás para, así, avanzar juntos hacia un futuro prometedor.
Y es en este contexto en el que, en su reciente visita a la provincia de Tucumán, el Javo, que no deja de sorprendernos, ha mostrado su perfil más político, su lado más pragmático, su real vocación por el poder.
Invitado por la fundación Federalismo y Libertad, el presidente eligió dar un discurso similar y, a la vez, diferente al que nos tiene acostumbrados. Una presentación que arrancó con una primera parte insulsa y conocida, una vieja cantinela de fondo que, poco a poco, pierde vigencia y relevancia. Un comienzo aferrado a un pasado ajeno y disconexo del propio pretérito que, lenta pero inclaudicablemente, empieza a acumularse sobre las espaldas del (ya no tan) nuevo gobierno libertario.
Una primera parte que, sin embargo, fué el preludio de la que quizá, haya sido una de las alocuciones más reveladoras de la personalidad y del raciocinio presidencial.
Es que, luego de la perorata económica, esa que usted y yo amigo lector, probablemente podamos repetir a esta altura casi de memoria (un logro más que interesante), el Javo permitió un vistazo a su forma de entender la realidad, blanqueó sus intenciones y marcó la línea de largada para las elecciones del próximo año. Las que serán las primeras de la era libertaria. Las primeras de un gobierno que combate a la casta.
El presidente dejó entrever algunos puntos nodales: el primero, que al menos, el triángulo de hierro mantiene un ojo puesto en las encuestas de opinión, en el termómetro ciudadano, midiendo permanentemente el límite de tolerancia social a sus políticas. Especulando constantemente con el punto de inflexión de una sociedad paciente y esperanzada.
El segundo, que al Javo le tienen prohibido salirse del guionado personaje al que, pareciera, estar restringido. Cuatro veces pidió disculpas a un supervisor invisible por alejarse del guión, cuatro veces se justificó frente a un mago entre las sombras al incluir anécdotas inconsultas en el cuidado discurso. Cuatro veces eligió el camino de la espontaneidad frente al pomposo escrito que tenía ante sí, quizá atento a la respuesta del oscurecido auditorio.
El tercero, que aunque a regañadientes, reconoce errores. Y, más interesante aún, que acepta las limitaciones de una realidad que no puede moldear a su antojo. Condiciones con las que debe interactuar y sobre las que debe operar, con las herramientas y recursos del presente, siempre pensando en el objetivo al final del camino. Un sendero pragmático de cara a un fin dogmático.
El cuarto, que es consciente de su doble condicionamiento político. Sabe que requiere de sus aliados para seguir adelante, pero que necesita mostrarse independiente de ellos. Por eso, mientras públicamente agradece a los diputados del PRO por el incansable apoyo y acompañamiento al gobierno, defendiendo de las acusaciones de defraudación y enriquecimiento ilícito que asoman contra el presidente del bloque amarillo en la cámara baja, paralelamente lleva al límite las negociaciones para los armados electorales en CABA y provincia de Buenos Aires, buscando teñir de morado a cuanto diputado amarillo se le cruce por delante.
Finalmente, y no por eso menos importante, ha dejado entrever que es un presidente que poco a poco empezó a alejarse del rol del economista técnico con el que asumió, del hombre con un trabajo concreto por realizar, para convertirse en el líder de una batalla cultural. En el narrador del relato liberal. En el paladín del modelo de vida occidental.
Porque, amigo lector, el Javo ha dejado claro en Tucumán que la batalla cultural no sólo llegó para quedarse, sino que será el eje articulador de la próxima campaña, el marco de referencia que buscará inocularse en la mente de los votantes, el plexo axiológico con el que pretenderán se valore a un gobierno que, en sus propias palabras, es el mejor de la historia.
Porque, con su discurso de este jueves, el Javo ha definido que, en este 2025, eligió estrenar ante la sociedad su traje de político. Ese traje que adquirió en diciembre pasado cuando, de espaldas al Congreso de la Nación, asumió la Presidencia. Ese traje al que le rehuyó durante todo 2024 para refugiarse en el ropaje del outsider que le garantizó, cómo no, altas dosis de pragmatismo.
Porque, en el fondo amigo lector, el Javo ha demostrado durante todo este año que, a diferencia de su predecesor, prefiere ejercer el poder a no hacerlo. Ejercerlo de manera pragmática, en función del dogmatismo de sus fines. Como todo un político de raza.
Porque, como en el caso del dicho "si tiene cuatro patas, mueve la cola y ladra, entonces es un perro", si el Javo busca el poder, es pragmático y un político, entonces, no queda más que asumirlo como parte de la tan denostada casta.
Una casta que miente y manipula. Que traiciona por conveniencia. Que especula, negocia y, por supuesto, pacta. Que se alía con enemigos y se enemista con aliados. Que simula distanciamientos y provoca conflictos. Que premia para, luego, castigar.
¿Fin?