Tiempos modernos

La vieja política nunca deja de estar presente y puede volver en forma de cenas, como "La reunión de la milanesa" entre Milei y Macri, o el asado para los "87 héroes".

Patricio Adorno. Politólogo y docente universitario.
Tiempos modernos

Créame cuando le digo, amigo lector, que el Gobierno entró en una nueva etapa. Etapa a la que, si tuviéramos que ponerle fecha de inicio, seguramente  (desde la perspectiva oficial) sería el fatídico 21 de agosto pasado, momento en el cual, el radical Martín Lousteau, aprovechando la desarticulación parlamentaria del PRO y LLA, se quedó con la presidencia de la Comisión Bicameral de Inteligencia (esa que controla los espías).

Desde ese momento, el oficialismo disputó seis rounds legislativos de los cuales ganó solamente uno. Ese es en el que logró evitar, con lo justo, la insistencia de diputados sobre la Ley de Movilidad Jubilatoria y, así, garantizar la permanencia del veto presidencial. Sin embargo, es un round que se transformó, inmediatamente, en la cristalización de este nuevo momento que atraviesa el Gobierno.

Un momento que se caracteriza, a priori, por un claro acercamiento a la "casta", sus modos y, por supuesto, sus métodos. Un acercamiento en el que predomina la necesidad antes que la convicción. Permítame explicarme.

Esta única victoria (la del veto a la ley de movilidad jubilatoria) estuvo precedida por el "pacto de la milanesa" (créditos al autor, por mí, desconocido), que celebraron en Olivos el Javo y Mauricio. Este pacto garantizó, entre otras cosas, la continuidad del esquema de alianzas PRO - LLA en el Congreso, sellando un número que permitiría garantizar la base de sustentación parlamentaria del Gobierno: 80 diputados.

Sin embargo, este pacto, también habría tenido otros pedidos, más concretos y vinculados al ámbito de la gestión, además de, por lo menos, un tirón de orejas al todopoderoso Santiago Caputo.

Al "pacto de la milanesa" le siguió el primer rechazo de un DNU (el de los fondos de la SIDE) por el Congreso en la historia del país. Un rechazo para el que el PRO jugó dividido y volvió a hacer sentir, al Gobierno, la imperiosa necesidad de su apoyo.

Este hecho es determinante. No solamente porque funcionó como catalizador del momento, es decir, como el elemento que imprimió velocidad al desarrollo de esta nueva etapa, sino porque generó, en el León, una sensación de encierro y de arrinconamiento al tiempo que mostró, con particular transparencia, que el principal aliado mantiene vigentes sus propios intereses y está dispuesto a jugar políticamente en función de ellos. Me explico.

Con la Ley de Movilidad Jubilatoria, el partido amarillo utilizó su peso institucional como elemento de presión, logrando, por acción o por omisión, que el presidente entrase a un callejón sin salida. Uno en el que, sobra decir, el Javo solito se había parado en la puerta cuando dijo, abiertamente, que vetaría cualquier norma que atentara contra el déficit fiscal.

Piense por un momento, amigo lector, cómo seguiría en términos políticos la figura del presidente de no haber vetado la norma sancionada por el Congreso. Habría demostrado, interna y externamente, que es un Gobierno pasible de ser condicionado por la misma oposición dialoguista que busca dotarlo de gobernabilidad. De este modo, el callejón tenía una única salida, cumplir la palabra empeñada y vetar.

Por supuesto, esto no exime al Javo y a su triángulo de hierro de la mala praxis parlamentaria que lo llevó a estar en esa situación, de hecho, es consecuencia natural de ello. De la inexperiencia propia y, por el contrario, de la experiencia ajena.

La que se dio cuenta de esto, quizá por su participación previa en gobiernos igualmente débiles (aunque por otros motivos), fue la Pato. La ministra de Seguridad, que conoce de primera mano cómo opera el "killer" (Mauricio, para los enemigos), se ganó su lugar en "la mesa política de los martes" a fuerza de sumar, por fuera de los gobernadores dialoguistas, a diputados que, prestos a defender el equilibrio fiscal, acudieron a cambiar su voto ante el llamado de las fuerzas del cielo. El radical tucumano, Mariano Campero, entre ellos.

Este acercamiento a la "casta", es parte del reconocimiento de debilidad institucional que buscó subsanarse aplicando los métodos y formas de la propia "vieja política" que incluyeron, no solamente a Javier Milei encabezando reuniones políticas en Casa Rosada sino también como anfitrión de uno de los símbolos más contundentes de la "casta". Es que el "asado para los 87 héroes" es, a priori, contradictorio a la propia identidad libertaria.

Sin embargo, hubo otro reconocimiento de debilidad. Uno que pone en jaque a la herramienta, cualitativamente superior a cualquier otra, con la que contó el Gobierno en todas las negociaciones (y enfrentamientos) con la "casta". Recuerde como gobernadores, intendentes, expresidentes, diputados y senadores volvieron sobre sus pasos ante el inmutable 56% de aprobación presidencial y el diluvio digital que amenazaba con hundir su imagen frente a la sociedad por el solo hecho de confrontar, públicamente, al presidente.

Es que, al parecer, la imagen del Javo empieza a deteriorarse. Por lo menos es lo que se observa tanto en los sondeos de opinión pública como en las propias redes sociales, el hábitat natural del león y su manada.

Encuestas cercanas y lejanas al Gobierno dan cuenta del fenómeno con caídas en la percepción pública que oscilan entre el cinco y el diez por ciento en los casos más extremos. Un sismo que se replica, en idéntico sentido e intensidad, respecto de su alcance digital y, por primera vez, en su presencia analógica, con reproducciones en redes sociales que apenas superan el 25% del alcance registrado en el inicio de gestión y un rating que, sorpresivamente, incluso para el propio gobierno, se desplomó al inicio de su cadena nacional del domingo. Cadena en la que, por primera vez en la historia, un presidente de la Nación presenta el presupuesto que envía al Congreso.

La exposición fue, de hecho, todo un hito para la democracia argentina que, sin embargo, y al igual que con el "asado heroico", presentó una profunda contradicción con la identidad libertaria: se impuso desde el Estado el discurso presidencial por sobre la programación habitual de la "caja boba".

Quizá, amigo lector, el Gobierno es consciente de todo esto. Quizás, se sabe institucionalmente débil y, por ello, dependiente de aliados que especulan políticamente con el apoyo brindado. Probablemente, observen que "la vieja política" intenta "tomarles el pulso", tanto en las negociaciones como en los enfrentamientos, cada vez menos acobardada por la legitimidad de origen (aquel 56%) y la agresiva militancia digital libertaria.

Quizá, el Gobierno entiende que, usar las formas y los métodos de la casta, ahora empieza a ser un costo político que los afecta cuando, al principio, eran justificadas por una sociedad que consideraba imperioso terminar con la inflación y, particularmente, con el pasado que nos llevó hasta ella.

Quizás, por todo eso, amigo lector, y porque las elecciones de medio término están cada vez más cerca, el Javo y su triángulo de hierro quieran retroceder el tiempo para volver a ser aquellos que fueron.

Aunque el tiempo solamente corra en una dirección.

¿Fin?

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